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miércoles, 9 de octubre de 2013

FRANCISCO


Quizás para muchas personas, la opinión de un agnóstico, como es el caso del que suscribe estas líneas, sobre el Papa les traiga sin cuidado. Pero cuando estas palabras, escritas desde el más profundo respeto y desde la esperanza de una persona ajena a la religión, les pueden resultar sorprendentes. Más aún si lo que se dice, la esperanza que se expresa, está basada en la conducta positiva del Pontífice, a juicio del  firmante. Una conducta que supone un rayo de esperanza ante las conciencias de tanto dirigente inútil, enrocado en su propio egocentrismo y obedeciendo las órdenes de mercados fríos e inhumanos.

Vaya por delante que el ser agnóstico no significa desconocimiento de la doctrina, ni de los textos evangélicos, bíblicos y doctrinales de la Iglesia, con los que se estará o no de acuerdo, dependiendo del enfoque y del contenido, pero a los que se tiene el más absoluto respeto.

En todas las actuaciones  del actual Papa, Francisco, se notan varias cosas: la pureza del mensaje y de la actuación, la humildad y la sencillez y la denuncia, por medio del apoyo mostrado a las opciones contrarias, de los abusos de los poderosos.

Sorprende, o mejor dicho no sorprende vista la trayectoria del actual Pontífice, el acercamiento que tiene hacia los niños, la calidez en su trato con los enfermos y la postura dura ante los abusos de los poderosos. No es nueva su posición contraria a las actuaciones de la gran banca ni de las actitudes imperialistas, maltratadoras reales de derechos humanos.

El “dejad que los niños se acerquen a mi”, lo está llevando a cabo con una naturalidad que tiene implantada en su interior desde hace muchos, muchos años. El “lo que hagáis a uno de estos (referidos a los pobres), conmigo lo hacéis”, y la interpretación en beneficio del débil de “al César lo que es del César”, es algo consustancial a su comportamiento y a su ética. No hay dobleces en la conducta ni en la moral de este Papa.

Este agnóstico, insisto, se ve gratamente sorprendido por la sencillez, la hombría de bien y la claridad de un personaje, reconocido como uno de los más importantes de nuestro mundo. Esas palabras de Francisco sobre la consideración de los pecadores, “pecadores son los curas, las monjas, los cardenales y hasta el mismo Papa”, son síntoma de la asunción de las limitaciones humanas. En ningún momento, al menos hasta ahora, se ha situado por encima del resto de humanos este argentino, adoptado por el resto de la urbe católica como máximo ejemplo a seguir.

La renuncia al lujo en su vivienda, en sus medios de transporte, en sus apariciones. El acercamiento a pensamientos hasta ahora estigmatizados durante décadas por la propia Iglesia, como la llamada Teología de la Liberación, el alejamiento del boato a que nos tiene acostumbrados el Vaticano, sus palabras, siempre directas, dichas desde la sencillez, son comprendidas por todos y cada uno de los hombres de buena voluntad, sean cuales sean sus creencias, o no creencias, religiosas.

Sus gestos, insistimos, hacen confiar en que está dispuesto a limpiar la Iglesia y volver a la pureza primitiva, y, lo que es más importante, a las posiciones doctrinales y sociales de Pablo de Tarso, de Pedro el Simón y de todos aquellos que convivieron con el predicador de aquella doctrina que dio lugar al cristianismo. Otra cosa es que lo consiga, que lo dejen los poderes internos o no será cuestión de tiempo y de que sepa apoyarse en los pilares oportunos y adecuados.

Desde esta posición agnóstica del que firma estas líneas, se quiere expresar, con todo el respeto y sinceridad, la esperanza que genera este nuevo Papa. Francisco, su persona, sus actitudes, sus comportamientos y sus palabras, hace concebir la esperanza de que el mundo pueda cambiar, de que, de una vez por todas, los dirigentes actuales de nuestros países, no tendrán otro remedio que seguir la senda que marca este argentino que ha llegado a la silla de Pedro. 

¡Que así sea!


Nino Granadero