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viernes, 8 de febrero de 2013

LA INGENUIDAD NO SABE DE LAS MALAS ARTES

Hay días que es mejor, no ya no levantarse, sino no ver, no oír o escuchar, incluso, no andar, ya que con estas carencias, en ese día, se viviría muchísimo mejor que haciendo todo lo contrario. Es verdad que en ocasiones, se desea prolongar la noche hasta que se encuentre con la otra noche para así no darle cuantas al día que está entre ambas, y de esta manera pasar desapercibido “reliado” entre sábanas y mantas, gozando de ese acurruco calentito entre las mismas, y así dejar ocupaciones y pre-ocupaciones para otros momentos, donde afrontarlas, no causarían traumas y se podrían digerir con más soltura.

Uno de esos días, fue ayer. Si. Ayer. Quizás parezca como si fuera una frivolidad o tontería. Pudiera ser. Pudiera. Quizás, pero… es así. Sin más vuelta de hoja que la de un libro acabado de leer hasta sus últimas frases en su última página, donde por más que uno quiera, y quisiera continuar saboreando de su lectura, por ser interesante, incluso, entretenido y divertido, no encuentra más página, porque la narración de su argumento, se ha acabado. Ésa es la sensación. Es más…, bueno, me explico y relato lo de ayer, ¿de acuerdo? Antes… podría hacer una breve historia y dar razones sobre el por qué del estado de desencanto. Voy a ello.

En todos los días de los años de mi vida, he asistido, como vecino pre-ocupado, a dos plenos del Ayuntamiento de Jerez, ciudad de la que formo parte como ciudadano en una de sus pedanías, y si al primero al que asistí, su desarrollo y discurrimiento en los temas tratados, fue de lo más anodino y bochornoso que podía imaginar en el comportamiento de los ediles allí reunidos, no digo nada del segundo, que fue ayer. Lo menos que puedo decir es: esperpéntico. Y de ahí en adelante, todos los adjetivos calificativos que se puedan imaginar en el mismo sentido. Porque… más que una reunión de adultos responsables de la gobernanza de un Pueblo con serios problemas de poner orden en los asuntos de la “casa”, en donde como punto principal a tratar era, lo que pedía la oposición, que se diera marcha atrás en la decisión del equipo de Gobierno en la concesión por 25 años de Aguas de Jerez a una empresa privada, parecía una clase de parvulitos, en donde el que manda, manda y hace preguntas con las respuestas de conformidad afirmativas a las que tienen que asentir los niños forzosamente, porque no pueden hacer otra cosa. El que manda, manda y pregunta, diciendo antes de la misma: “… porque todos estaremos de acuerdo, y si alguien no está de acuerdo, que levante la mano, en ¿Es verdad que…? ¿Verdad que sí?, ¿nadie levanta la mano? ¿Nadie?, pues ¡ea!, ya estamos todos de acuerdo en la primera. Y así, sigue el que manda en su interrogatorio, con la segunda, con la tercera, con la…, hasta llegar la séptima pregunta (que no se si esto tiene algo que ver con las siete plagas de Egipto), que acaba satisfecho porque todos están de acuerdo y nadie ha levantado la mano. ¡Claro!, los niños, que son niños, vaya por delante, son más débiles que el maestro, están cogidos por todas partes,y mientras que se desarrolla la intervención del mismo, ellos callan. Una vez terminado el interrogatorio, ellos dicen no estar de acuerdo y dan sus razones argumentadas, pero… ¡claro!, ¡son niños! Y el otro ¡es el maestro!

Todo lo metafórico real contado, transcurre durante largas horas de la mañana, hasta que cansados de que la noria dé las mismas vueltas para sacar las mismas aguas, termina sin que el maestro suelte a la burra, ¡esos si! dándole el animal a un privado que pasaba por allí para que continúe sacando el mismo agua, dejando solo a los niños ver el espectáculo, sin otra opción que la de conformarse.

Los refranes se componen para reflejar situaciones de verdades populares y este que transcribo, viene a pelo para reflejar lo que de verdad se dice: “Los borrachos y los niños, son los únicos que dicen las verdades”.

Y aquí, en este caso, el maestro no estaba borracho.

La ingenuidad no sabe de las malas artes y quizás, por eso, hay días que es mejor, no ya no levantarse, sino no ver, no oír o escuchar, incluso, no andar, ya que con estas carencias, en ese día, se viviría muchísimo mejor que haciendo todo lo contrario. Es verdad que en ocasiones, se desea prolongar la noche hasta que se encuentre con la otra noche para así no darle cuantas al día que está entre ambas, y de esta manera pasar desapercibido “reliado” entre sábanas y mantas, gozando de ese acurruco calentito entre las mismas, y así dejar ocupaciones y pre-ocupaciones para otros momentos, donde afrontarlas, no causarían traumas y se podrían digerir con más soltura.

Simón Candón 8/02/2013