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miércoles, 2 de septiembre de 2015

COMO SER PROGRESISTA Y MORIR EN EL INTENTO


Es normal que las personas vayan cambiando a lo largo de su vida. La consecuencia lógica de ir conociendo cosas nuevas, de vivir en condiciones cambiantes, de conocer otras personas que tienen ideas distintas, etc., desemboca en muchas ocasiones, en la mayoría de las ocasiones, en cambios lógicos ante determinadas situaciones y hasta en las concepciones.

En otras ocasiones no se entienden cambios radicales, camaleónicos casi, que en nada, o casi en nada, se parecen a las posturas y posiciones mantenidas a lo largo de la trayectoria vital de una persona.

Es totalmente incomprensible, al menos injustificable desde un punto de vista ético, que personas que han sido consideradas progresistas, que públicamente han defendido la supremacía de lo público sobre lo privado, la primacía de los derechos humanos frente a los intereses particulares y economicistas, el interés público frente a los interesados dividendos de las empresas cuya finalidad es únicamente acaparar dinero, el fin público y universal del dinero frente a la usurpación de las empresas financieras… En definitiva, una trayectoria en la que se ha antepuesto lo público a lo privado y además sin ninguna vacilación. Causa pues perplejidad que se cambie de postura radicalmente, y más cuando se trata de un personaje público. No voy a mencionar el nombre del personaje en cuestión, aunque es seguro que a estas alturas ya vemos el cabello plateado que distingue al gran prohombre que fue en su tiempo.

No es de recibo, al menos para la corta inteligencia de quien firma estas líneas, que si has defendido los derechos de los trabajadores, ahora justifiques las salvajadas y los secuestros de derechos laborales. No es de recibo que si antes se ha defendido la gestión pública de la sanidad, ahora se justifique el enriquecimiento privado a costa de la salud de los ciudadanos, no es de recibo que si antes se ha defendido la enseñanza universal, libre, pública y gratuita ahora se considere más adecuada la panacea de la enseñanza privada. Así podríamos poner varios ejemplos, por desgracia muchos ejemplos.

Claro que si reflexionamos un poco y vemos, por aquello del intercambio de ideas con los que se junta desde hace unos años para acá este prohombre de la política española, se pueden entender, que no compartir, que le está ocurriendo. Estar sentado en sillones de consejos de administración de grandes empresas tiene su servidumbre en forma de cambios ideológicos. (“Poderoso caballero” que diría don Francisco de Quevedo). Cuando la recompensa mensual en moneda cantante y sonante supera la media del salario mínimo en más de 20 veces, es lógico que la cárcel de cristal parezca un palacio en lugar de un lúgubre recinto que priva de libertad. Los sillones mullidos y recubiertos de pieles nobles son muy confortables e impiden pensar que hay personas que no tienen un techo donde cobijarse de la lluvia, del frío, del calor, de la intemperie…

Es triste, muy triste, que se pueda vender una persona, que ha significado tanto, por treinta monedas de plata. Desgraciadamente es así, por mucho que nos pese a los ciudadanos que seguimos pensando que la dignidad de la persona está por encima de un cheque al portador. Todavía hay personas que tenemos principios y nos duele que otros, a los que hemos defendido públicamente y a los que hemos catapultado a la cima, hayan hecho dejación de algo tan importante como es la moral.

Tan sólo así, se entiende la anécdota de la coincidencia de uno de los mayores conservadores que indignamente ha presidido este país, con este personaje venido a menos del que hablamos en estas líneas. Y no deja de ser una desgraciada y vergonzosa anécdota que un personaje responsable de meter a nuestro país en una guerra que tan sólo defendía los intereses económicos de determinados lobbys, coincida con las posturas del “ex” con el pelo blanco.

Que un antiguo defensor de los derechos humanos sea aplaudido públicamente por un  sujeto cuyas apetencias guerreras se cobraron varios cientos de muertos a manos de terroristas… ¡Vergüenza ajena!

Nino Granadero.