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lunes, 18 de mayo de 2015

LA PRINCESA ESTÁ TRISTE ¿Qué tendrá la princesa?



Lo lamentable del caso es que no podemos empezar como en los cuentos “érese una vez que se era…”, porque el cuento que vamos a escribir, no es tal cuento, aunque haya mucho de cuento en algunos de los personajes.

Ocurre que en Andalucía había una persona con aspiraciones de princesa de cuento moderno (de las que en lugar de carroza prefiere un coche de lujo, en lugar de cortejo prefiere un par de buenos escoltas y en lugar de corte real, prefiere una buena legión de asesores). Bueno pues esa “princesa”, nacida muy a su pesar en la plebe de la base rastrojera de un partido político, creyó que le llegaba la ocasión de su vida para coronarse como reina. Sucedió que el reyezuelo (no tenía altura de rey), abandonó el trono para irse a los torneos que se celebraban en la capital de otra nación y le cedió el trono.

La princesa vio que tenía que contar con algunos de los cortesanos que defendían otros estandartes y, como sus lacayos no eran suficientemente numerosos, pidió ayuda a los de los estandartes “rojos”. Pasado algún tiempo, poco tiempo por cierto, pensó que ya la conocían sus súbditos (era el término que le salía cada vez que pensaba en los ciudadanos de su prestado reino) y decidió dejar de contar con la ayuda de los del estandarte “rojo”.

Y convocó un plebiscito entre los habitantes de “su” reino. Pero no contaba con el resultado, o mejor dicho: calculó mal los resultados. Así, en lugar de eliminar a los caballeros que comenzaban sus andanzas, lo que pasó es que estos nuevos cortesanos fueron muy bien acogidos por la plebe; “¡maldita plebe!” pensaba para sus adentros la princesa cuando conoció los resultados del plebiscito.

La princesa se encontraba con una situación inesperada: no tenía el suficiente ejército de fieles cortesanos a su causa y los demás cortesanos no la querían como reina. Es más no la respetaban ni siquiera como princesa. “Grave problema para mi causa” reflexionaba la princesa. Para poder coronarse y sentarse en el trono pensó en reeditar la alianza con otros, pero ahora los del estandarte “rojo” no querían, ni podían y los de los otros estandartes no estaban dispuestos a que la cabeza de la princesa se encasquetara la corona real así, por las buenas, sin pasar por la vicaría.

Y ahora, la princesa se encuentra con que no la dejan entrar en el salón real y que, para poder sentarse en el trono y colocar en su testa la corona de reina, el príncipe azul le exige mucha dote.

Grave problema para la princesa; y lo peor es que su pueblo, los plebeyos, tampoco la aceptan entre sus filas.

Y colorín, colorado… ¡este cuento no se ha acabado!

Nino Granadero