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lunes, 29 de agosto de 2011

¿ALARMA O DESIDIA?


La realidad europea alarma, o al menos debería alarmar, y mucho, a la clase política.

Poco a poco, la desesperación, ante la falta de perspectivas de mejora, va tomando las calles.


Vemos como episodios violentos han hecho su aparición en algunas ciudades inglesas y como el gobierno inglés, al igual que sus homólogos del resto de Europa, reacciona a destiempo, de forma torpe y tardía y adoptando medidas represivas que no solo no aportan ninguna solución al problema, sino que conducen a agravar la desesperación de los miles de parados, de los miles de desahuciados, de los miles de ahogados por los abusos bancarios.

El gobierno inglés no actúa frente a los especuladores, que son los auténticos culpables de la “crisis”. Son los especuladores los que con sus ansias de plus valías deshonestas (son deshonestas porque no han requerido ningún esfuerzo ni riesgo para conseguir ganancias desorbitadas), están no solo encareciendo el crédito a las empresas, sino haciéndolo imposible. Hay miles de empresas pequeñas y medianas cuya liquidez a corto plazo depende, en gran parte, de los descuentos bancarios y estos descuentos son actualmente rara avis en nuestro sistema financiero. Y cuando se producen llegan a unos límites que rozan la usura. Evidentemente, si las empresas se ahogan, se ahoga el empleo, se ahoga la producción y se ahoga el consumo. Con estos tres sumandos alicortados pocas posibilidades hay de salir de ninguna crisis.

De ahí la desesperación de una sociedad como la inglesa que ve como para su gobierno, el problema es el orden público y se solventa reforzando la presencia policial en las calles, aunque provoque un clima de miedo en muchos ciudadanos y en otros muchos de rechazo, lo que genera más violencia en sectores sociales más beligerantes.

La solución pasa por afrontar de verdad el problema, por cortar las alas a los que juegan con el futuro de nuestra sociedad con métodos que rozan la delincuencia o cuando menos, entran de lleno en una deslealtad absoluta hacia una sociedad necesitada de opciones de futuro.

Si traspolamos la situación a nuestra sociedad española, nos encontramos con un gobierno sin apoyos sociales, prácticamente finiquitando sus tareas, en una situación de interinidad que alarma y con una debilidad y poco peso internacional que causa auténtico pavor. Basta observar cuando salen nuestros gobernantes a cualquier acontecimiento internacional el ninguneo a que son sometidos por el resto de gobernantes europeos. Produce vergüenza ajena ver un miembro de nuestro gobierno deambulando entre la ignorancia, casi despectiva, del resto de políticos europeos. Y lo peor es que la alternativa no parece ocupada más que en descabalgar a “don quijote” sin ofrecer soluciones al problema.

Hasta ahora, la mayoría de la sociedad europea, de los ciudadanos de Europa, está teniendo un comportamiento muy por encima de sus dirigentes. Soportamos las medidas que nos imponen, aun cuando se produzcan protestas ciudadanas ya que somos conscientes de que los esfuerzos no corresponde hacerlos tan sólo a nosotros, sino, en mucha mayor medida, a los que de verdad manejan los hilos de la economía. Es a ellos a los que corresponde poner freno a la avaricia desmedida de los que no tienen escrúpulos aún cuando su comportamiento provoque miles de marginados sociales (personas sin techo, parados, desahuciados, etc.). Se da la paradoja de que en una sociedad cada vez más rica, crecen progresivamente las bolsas de pobreza. Son tan solo consecuencias de los “desajustes” del sistema.

A estos especuladores, que tendrán apoyos interesados muy poderosos, posiblemente en forma de corporaciones financieras internacionales, tan solo les sirve ver como aumentan los guarismos de sus cuentas corrientes, les trae sin cuidado la dignidad, el dolor y el sufrimiento ajenos.

Las protestas en nuestro país se han reducido a movimientos que pretenden crear conciencia de que las estructuras sociales tienen que cambiar, de que los ciudadanos somos sujetos de derechos y obligaciones, y que las obligaciones nos las exigen las estructuras del poder establecido. Nuestros derechos tenemos que exigirlos, es más, tenemos que conquistarlos nosotros porque el poder no nos va a dar nada graciosamente.

El siguiente paso que nos toca dar a los ciudadanos es crear las estructuras, dar forma a este descontento para conseguir los cambios sociales que reclamamos.

Esperemos que los políticos, los que elegimos nosotros, dejen de mirarse el ombligo y se pongan en serio a trabajar para encontrar soluciones a la “crisis” o tendremos que plantearnos si nuestros dirigentes no padecen la enfermedad de la desidia y actuar en consecuencia. Que empiecen por cortar las alas a la especulación o serán ellos los que se queden sin poder volar.


Nino Granadero

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