Cuando a la UE, el núcleo
inicial, por aquellas fechas con aspiraciones tan sólo de mercado común (con
minúscula, las mayúsculas vinieron después), se le quedaron pequeños los
límites, empezó a madurar la idea de ampliar el MC (ya con mayúsculas). La idea
inicial, fundamental y mercantilista era ampliar el campo para vender los
productos manufacturados de los países industrializados de Europa. Para nada
subyacía la idea de una gran unión de naciones que tuviera la solidaridad por
objetivo, la unión entre los pueblos, la participación de los ciudadanos en un
proyecto común, ni mucho menos el enriquecimiento cultural de los pueblos que
conforman Europa.
Todo era más simple y más
prosaico: había que conseguir abrir nuevos mercados donde vender los excedentes
industriales. El núcleo duro, del entonces Mercado Común, estaba constituido
por Alemania, Francia e Inglaterra a las que se añadió, haciendo galas de sus
dotes innatas de diplomacia, Italia, siempre presente en la alta política en
concordancia con la tradición del príncipe Maquiavelo.
Ahora, cuando Grecia, la
burbuja griega no contributiva, le ha estallado en las manos al núcleo duro de
la UE representado por los altos financieros del BCE, se demoniza al pueblo
griego. Se dice que los griegos son derrochadores, vividores, inconscientes y desvergonzados.
Los que dicen esto, obvian que fueron ellos los que forzaron la maquinaria para
que Grecia pidiera su entrada en la UE; y la forzaron para colocar sus coches,
sus televisores, sus frigoríficos y sus cocinas. Pero además lo hicieron de una
forma alevosa: admitiendo, a sabiendas, datos falsos. No podemos olvidar quién
fue el “padre” del informe sobre la situación económica de Grecia antes de ser
admitida en la UE. Esos datos, interesadamente falseados, fueron premiados con
el ascenso del autor del felón informe a las máximas alturas de las finanzas
europeas. Y ahora se quejan los prebostes europeístas de que los griegos no
cumplen, les mandan los hombres de negro para imponer estrecheces a los
ciudadanos y asegurar que la banca, siempre está detrás de la especulación en
todas sus formas, recoge los dineros prestados y la usura de los intereses.
Se plantea el problema en
términos de drama: la salida o expulsión (queda mejor el segundo término para
el orgullo teutón dominante) puede romper la baraja y el equilibrio de la UE.
¿Qué equilibrio?, el impuesto por los países grandes en su propio beneficio. El
drama se proyecta como una sombra de mal agüero para los ciudadanos
comunitarios. Ahora, cuando se vislumbran pérdidas si se utiliza el concepto de
“ciudadano”, a la hora de reparto de dividendos bancarios y de beneficios
empresariales sólo hay accionistas privados. Como siempre: las ganancias son
privadas y las pérdidas se socializan.
El Drama no es para la
ciudadanía, dejemos clara la cuestión. El Drama es para el sector financiero,
para los especuladores que utilizan el dinero ajeno en beneficio propio y que
ven el peligro de no poder llenar sus arcas. ¡Y eso que han impuesto
estrecheces a los ciudadanos griegos, españoles, portugueses, italianos,
franceses, alemanes, holandeses, etc. (¡OJO SOLO A LOS CIUDADANOS!) para
asegurar rendimientos a sus accionistas basados en el sacrificio y en la rapiña!.
Es imponer la máxima de los acreedores: conseguir plusvalías aún a costa de la honestidad,
de la privación de derechos básicos de las personas y de cercenar el futuro de
los pueblos.
El drama del pueblo griego
no es tal. Los griegos tienen una salida airosa a la que tiene derecho el
pueblo heleno: volver al dracma. Y si para ello tienen que votar NO el domingo,
los ciudadanos europeos, por mucho que nos intenten mediatizar con los medios
de comunicación, lo vamos a entender. Por encima de intereses sectarios y
torticeros está la libertad, la dignidad y la honra de los ciudadanos griegos.
Aquí está en juego algo más que el futuro del pueblo griego: está en juego la
dignidad y la honra de todos los ciudadanos europeos, frente a los intereses
espurios de unos pocos. El drama se
queda para los financieros especuladores y vampiros, siempre ansiosos de chupar
la sangre al pueblo.
Nino Granadero