Sí, no se asombre usted, amigo lector, por el
título que encabeza estas líneas. Nuestros gobernantes tienen la tremenda
desgracia de ser unos pobres solemnes. Son pobres de inteligencia, pobres de
visión de futuro, pobres de sentido social, pobres en solidaridad, pobres en
sus metas… aunque eso sí, las carteras las tienen bastante llenas con sus
astronómicos sueldos, no correspondidos con su rendimiento en el trabajo, y con
las prebendas que se auto adjudican.
Da vergüenza ajena contemplar cómo los
ciudadanos de a pié de nuestro país, año sí y año también, imparten lecciones
magistrales de solidaridad, sentimiento, dignidad y calor humano que suplen la
que falta a los que debieran ser ejemplo para nuestra ciudadanía.
Las recogidas organizadas por los distintos
bancos de alimentos se saldan con toneladas aportadas por la gente. Y no es que
sobren las “perras” ni que todos tengamos nóminas de 4 ó 5 mil euros como
muchos de los políticos que nos “representan”; lo que ocurre es que somos mucho
más personas, más humanos y tenemos mucho más corazón que la inmensa, la casi
totalidad, de los que se sientan en poltronas para leer los periódicos, echar
la cabezadita o hablar por teléfono (pagado con nuestros impuestos). Son muchos
los ciudadanos que no llegan a los mil euros, incluso algunos de ellos cobran
el paro. Y sin embargo cogen la bolsita y echan lo que buenamente pueden para
que otros, que todavía están más marginados que ellos, tengan al menos algunas
calorías con las que combatir el invierno.
Cada año, cuando se inicia la campaña de
recogida de alimentos me planteo la misma pregunta: ¿no les da vergüenza a la
clase política que tengan que ser los ciudadanos los que aporten artículos de
primera, primerísima, necesidad a los desheredados de la fortuna, a los
marginados de esta sociedad capitalista que nos maltrata? ¿No les causa
bochorno el espectáculo tercermundista de los buscadores de comida en los
contenedores? ¿Qué gobernantes tenemos? Salvo contadas y honorabilísimas excepciones
(algún que otro ayuntamiento donde sus miembros siguen teniendo dignidad y
ética), el resto sigue disfrutando de sus prebendas: coches oficiales que los
recogen en sus casas para llevarlo al lugar donde supuestamente trabajan, cobro
de dietas (aparte del sueldo) por ir a trabajar, desplazamientos pagados con
cargo al erario público, teléfonos, ordenadores personales, etc. (todo
tecnología de última generación, eso sí) a costa de los impuestos con que nos
gravan nuestra actividad laboral, nuestro ocio, nuestra alimentación, nuestros
consumos energéticos y hasta casi nuestra respiración.
Entre tanto, será para mantener sus
privilegiados status y sus acomodadas vidas (la de la clase política), se
recortan prestaciones sociales, se eliminan médicos, bomberos, policías,
profesores, etc. Ni un solo recorte en
el número de parlamentarios de todos los ámbitos, instituciones obsoletas que
tan sólo sirven para mantener los privilegios de los viejos elefantes de la
política (Diputaciones, Senado, etc.). Es más, en el colmo de la desvergüenza
se indemniza con unos 8.000 euros por barba a los parlamentarios que no van a
repetir, cuando al currante que despiden de su empresa se le pagan 15 días por
año de trabajo (limitados por supuesto y 8 días pagados con nuestros
impuestos). ¡Para qué seguir!.
¡Y no se les cae la cara de vergüenza!
José Campanario