Es normal que las personas
vayan cambiando a lo largo de su vida. La consecuencia lógica de ir conociendo
cosas nuevas, de vivir en condiciones cambiantes, de conocer otras personas que
tienen ideas distintas, etc., desemboca en muchas ocasiones, en la mayoría de
las ocasiones, en cambios lógicos ante determinadas situaciones y hasta en las concepciones.
En otras ocasiones no se
entienden cambios radicales, camaleónicos casi, que en nada, o casi en nada, se
parecen a las posturas y posiciones mantenidas a lo largo de la trayectoria
vital de una persona.
Es totalmente incomprensible,
al menos injustificable desde un punto de vista ético, que personas que han
sido consideradas progresistas, que públicamente han defendido la supremacía de
lo público sobre lo privado, la primacía de los derechos humanos frente a los
intereses particulares y economicistas, el interés público frente a los
interesados dividendos de las empresas cuya finalidad es únicamente acaparar
dinero, el fin público y universal del dinero frente a la usurpación de las
empresas financieras… En definitiva, una trayectoria en la que se ha antepuesto
lo público a lo privado y además sin ninguna vacilación. Causa pues perplejidad
que se cambie de postura radicalmente, y más cuando se trata de un personaje
público. No voy a mencionar el nombre del personaje en cuestión, aunque es
seguro que a estas alturas ya vemos el cabello plateado que distingue al gran
prohombre que fue en su tiempo.
No es de recibo, al menos
para la corta inteligencia de quien firma estas líneas, que si has defendido
los derechos de los trabajadores, ahora justifiques las salvajadas y los
secuestros de derechos laborales. No es de recibo que si antes se ha defendido
la gestión pública de la sanidad, ahora se justifique el enriquecimiento
privado a costa de la salud de los ciudadanos, no es de recibo que si antes se
ha defendido la enseñanza universal, libre, pública y gratuita ahora se
considere más adecuada la panacea de la enseñanza privada. Así podríamos poner
varios ejemplos, por desgracia muchos ejemplos.
Claro que si reflexionamos
un poco y vemos, por aquello del intercambio de ideas con los que se junta
desde hace unos años para acá este prohombre de la política española, se pueden
entender, que no compartir, que le está ocurriendo. Estar sentado en sillones
de consejos de administración de grandes empresas tiene su servidumbre en forma
de cambios ideológicos. (“Poderoso caballero” que diría don Francisco de
Quevedo). Cuando la recompensa mensual en moneda cantante y sonante supera la
media del salario mínimo en más de 20 veces, es lógico que la cárcel de cristal
parezca un palacio en lugar de un lúgubre recinto que priva de libertad. Los
sillones mullidos y recubiertos de pieles nobles son muy confortables e impiden
pensar que hay personas que no tienen un techo donde cobijarse de la lluvia,
del frío, del calor, de la intemperie…
Es triste, muy triste, que
se pueda vender una persona, que ha significado tanto, por treinta monedas de
plata. Desgraciadamente es así, por mucho que nos pese a los ciudadanos que
seguimos pensando que la dignidad de la persona está por encima de un cheque al
portador. Todavía hay personas que tenemos principios y nos duele que otros, a
los que hemos defendido públicamente y a los que hemos catapultado a la cima,
hayan hecho dejación de algo tan importante como es la moral.
Tan sólo así, se entiende
la anécdota de la coincidencia de uno de los mayores conservadores que indignamente
ha presidido este país, con este personaje venido a menos del que hablamos en
estas líneas. Y no deja de ser una desgraciada y vergonzosa anécdota que un
personaje responsable de meter a nuestro país en una guerra que tan sólo
defendía los intereses económicos de determinados lobbys, coincida con las
posturas del “ex” con el pelo blanco.
Que un antiguo defensor de
los derechos humanos sea aplaudido públicamente por un sujeto cuyas apetencias guerreras se cobraron
varios cientos de muertos a manos de terroristas… ¡Vergüenza ajena!
Nino
Granadero.