Lo lamentable del caso es
que no podemos empezar como en los cuentos “érese una vez que se era…”, porque
el cuento que vamos a escribir, no es tal cuento, aunque haya mucho de cuento
en algunos de los personajes.
Ocurre que en Andalucía había
una persona con aspiraciones de princesa de cuento moderno (de las que en lugar
de carroza prefiere un coche de lujo, en lugar de cortejo prefiere un par de
buenos escoltas y en lugar de corte real, prefiere una buena legión de
asesores). Bueno pues esa “princesa”, nacida muy a su pesar en la plebe de la
base rastrojera de un partido político, creyó que le llegaba la ocasión de su
vida para coronarse como reina. Sucedió que el reyezuelo (no tenía altura de
rey), abandonó el trono para irse a los torneos que se celebraban en la capital
de otra nación y le cedió el trono.
La princesa vio que tenía
que contar con algunos de los cortesanos que defendían otros estandartes y,
como sus lacayos no eran suficientemente numerosos, pidió ayuda a los de los
estandartes “rojos”. Pasado algún tiempo, poco tiempo por cierto, pensó que ya
la conocían sus súbditos (era el término que le salía cada vez que pensaba en
los ciudadanos de su prestado reino) y decidió dejar de contar con la ayuda de
los del estandarte “rojo”.
Y convocó un plebiscito
entre los habitantes de “su” reino. Pero no contaba con el resultado, o mejor
dicho: calculó mal los resultados. Así, en lugar de eliminar a los caballeros
que comenzaban sus andanzas, lo que pasó es que estos nuevos cortesanos fueron
muy bien acogidos por la plebe; “¡maldita plebe!” pensaba para sus adentros la
princesa cuando conoció los resultados del plebiscito.
La princesa se encontraba
con una situación inesperada: no tenía el suficiente ejército de fieles
cortesanos a su causa y los demás cortesanos no la querían como reina. Es más
no la respetaban ni siquiera como princesa. “Grave problema para mi causa”
reflexionaba la princesa. Para poder coronarse y sentarse en el trono pensó en
reeditar la alianza con otros, pero ahora los del estandarte “rojo” no querían,
ni podían y los de los otros estandartes no estaban dispuestos a que la cabeza
de la princesa se encasquetara la corona real así, por las buenas, sin pasar
por la vicaría.
Y ahora, la princesa se
encuentra con que no la dejan entrar en el salón real y que, para poder
sentarse en el trono y colocar en su testa la corona de reina, el príncipe azul
le exige mucha dote.
Grave problema para la
princesa; y lo peor es que su pueblo, los plebeyos, tampoco la aceptan entre
sus filas.
Y colorín, colorado… ¡este
cuento no se ha acabado!
Nino
Granadero