Nos
estamos acostumbrando. Hasta parece que no nos causa ni sorpresa ni repulsa
comprobar a diario cómo la foto del panorama político en nuestro país está
saturada de corruptos, desvergonzados, aprovechados, embusteros, traileros
políticos, inútiles, perros fieles, sujetos con enormes tragaderas, estómagos
agradecidos, sustitutos de intereses ajenos… toda una fauna de carroñeros
amantes de lo podrido, que se completa con una jauría de alimañas dispuesta a
morder el cuello de los que se pongan en contra de sus dueños.
Hace
algunos años, cuando a un personaje público le sacaban algún renuncio o era
pillado, le tocaba, aparte de desayunar con sapos durante una temporada,
presentar la dimisión o ser condenado al ostracismo. Hay varios ejemplos,
aunque al parecer han pasado al olvido tanto de los ciudadanos como de los
responsables de la cosa pública. No cabe otra interpretación cuando hay casos
de manifiesta inutilidad, e incluso de mala intención, permitiendo que la
mierda que mancha las manos de algunos, se transforme en manjar perfumado de
gloria, o al menos que sea tragado así por la opinión pública.
Es
frecuente que cuando uno de estos sujetos rodeado de inmundicias pero con el
cetro del poder en sus manos aparece, los ciudadanos, en un acto de cobardía,
lo entronizan y lo coronan con una aureola de admiración. Y ello, a pesar de
que somos conscientes de su corrupción, de su tolerancia total, absoluta y
cómplice con los corruptos, de su participación en el amontonamiento de basura
y de su interesada defensa del corrupto. Sólo cabe una explicación a esto: ¡hay
mucho lameculos suelto, hay mucha cobardía!
Esta
sociedad, nuestra sociedad, ha invertido los papeles: ya la honradez no tiene vigencia,
ya la limpieza, la sinceridad, la valentía no cotizan en la bolsa de valores
sociales. Ahora la moda, lo que se impone, lo que tiene fuerza y fuste es
llenar la cartera, sin importar la peste a alcantarilla que desprenda o el
hedor a letrina; ahora se lleva que las comisiones por mediar se cobren en
negro, ahora los sobres y los regalos se justifican, aunque sean la
contraprestación de concesiones oscuras de contratos o favores hechos con
dinero público. Y no digamos nada si lo que se ofrece es un sillón que conlleva
ciento y pico largo de miles de euros, ¡o doscientos mil, que también los hay!
Esta sociedad, nuestra sociedad, tristemente, está aprendiendo a convivir con
el estercolero, a respirar la pestilencia de la basura y a limpiar los zapatos
llenos de excrementos en las alfombras que tapan las suciedades de los
mármoles.
Un
cirujano lo tiene claro: Hay que cortar el miembro podrido antes de que se
expanda la gangrena a todo el cuerpo. Nuestra sociedad debería aprender: mejor
que desaparezca un partido político, y con él todos sus corruptos miembros, que
seguir tolerando y compartiendo la pestilencia de la podredumbre.
José Campanario